Durante una semana, y bajo el lema “María se levantó y partió sin demora” (Lc 1, 39), Francisco invitó a los jóvenes a volver a experimentar la alegría del encuentro con Dios y con los hermanos y las hermanas. Tras largos periodos de distancia y aislamiento, se buscó redescubrir juntos la alegría del abrazo fraternal entre los pueblos y entre las generaciones, el abrazo de la reconciliación y la paz, el abrazo de una nueva fraternidad misionera.
Los actos centrales con el Papa fueron cuatro: la bienvenida al Santo Padre del jueves, el Via Crucis del viernes, la vigilia del sábado y la Eucaristía de envío del domingo. En los diferentes encuentros, Francisco nos recordó que Dios nos ama a todos, que nos ha llamado por nuestro nombre porque nos ama; que amar es un riesgo que merece la pena correr porque Jesús siempre camina a nuestro lado; que lo importante no es no caerse, sino no permanecer caído; y que en esta vida sólo hay una cosa gratis: el amor de Jesús.
Nuestros jóvenes volvieron de Lisboa sorprendidos por la capacidad de movilización que tiene el Papa, y con el corazón tocado por sus mensajes. Allí tomaron conciencia de la universalidad de la Iglesia, y de que son parte de una gran familia, la familia de la Iglesia. Así, entre catequesis, experiencias de Taizé y conciertos de Hakuna volvieron dispuestos, como les pidió Francisco en la Eucaristía de envío, a resplandecer, escuchar y, sobre todo, a no tener miedo.
Jorge Isidro