Casi hemos llegado al final del curso y a pleno rendimiento. Quien nos lo iba a decir en el mes de septiembre, cuándo todos y todas pensábamos que nos quedaríamos en las aulas sólo un “ratito” y que muy probablemente no llegásemos con la atención presencial a las Navidades. Pero gracias Dios, estamos consiguiendo terminar este curso tan singular. Y si bien es verdad que estamos llegando al final más cansados de lo habitual, y quién más o quién menos tiene ya la mente y el corazón en el periodo estival, si hacemos balance comprobaremos que hemos aprendido mucho y que tenemos mucho que agradecer. Hemos aprendido a ser más pacientes con nosotros mismos y con los demás, hemos ejercitado nuestra capacidad de adaptación al cambio, y hemos reforzado nuestro sentido de pertenencia a nuestros centros, pues o íbamos todos y todas a una, o era muy difícil sacar adelante nuestra tarea.
Y tenemos mucho que agradecer, a nuestros compañeros y compañeras, a las familias y a nuestros niños y adolescentes. Sin ellos esta situación se nos hubiera hecho incluso, más cuesta arriba. Como tantas otras veces, la ayuda desinteresada de los demás, nos ha hecho la vida más fácil, e incluso, nos ha sorprendido al estar por encima de nuestras expectativas.
En muchos ámbitos, pero también en el de la solidaridad, este curso no será olvidado fácilmente. Por varios motivos, por las dificultades para poner en marcha las iniciativas solidarias, por la creatividad que hemos tenido que invertir para darle una vuelta a las actividades que veníamos realizando, pero también, porque nos ha sorprendido la generosidad de esfuerzo, compromiso, tesón e ilusión de todas las personas que conforman las comunidades educativas de nuestros centros. Todos y todas nos hemos dado cuenta de nuestra fragilidad, de nuestra dependencia mutua y de que, aunque la COVID nos estaba afectando a todos y todas, había personas que lo estaban pasando muy mal y que debíamos prestarles nuestra ayuda.
Por eso, aunque hemos estado al otro lado de las mascarillas, mamparas, separadores, divisorias o pantallas, nos hemos sentido, tal vez, más cerca que nunca, pues hemos dependido más los unos de los otros para sobrellevar esta situación tan anómala. Hemos sido más sensibles a las necesidades de los demás, de los que están más cerca de nosotros, pero también de aquellos que aún separándonos mucha distancia física hemos sentido como nuestros prójimos. La lección ha sido dura, pero ojalá, que todo lo bueno que ha traído la COVID consigo no nos abandone y nos permita seguir viendo a los demás como hermanos y hermanas, que la tolerancia a la diversidad, de ideas, planteamientos o creencias, se instale en nuestro repertorio comportamental y que sigamos siendo muy conscientes de la necesidad de cuidarnos unos a otros y a la madre tierra.
En este nuevo número del boletín social os presentamos la vida que en el campo de la solidaridad está aconteciendo en nuestros coles y obras sociales. Os invitamos a conocer iniciativas novedosas que han hecho de la dificultad una oportunidad y os anticipamos algunas otras que se realizarán en los meses próximos. Es verdad que desafortunadamente, echamos de menos algunas noticias tan características en estos tiempos, como el envío de los voluntarios y voluntarias de SED a los campos de trabajo y misión en la familia marista, los programas de voluntariado de nuestros colegios, o la multitud de actividades que ponen en marcha nuestros grupos de padres y madres solidarios con la llegada del buen tiempo y que nos alegra tanto contaros. Nos hemos tenido que adaptar y aunque constatar la ausencia de algunas actividades nos genere nostalgia y tristeza, el cuidado de los demás y la responsabilidad ha de imponerse.
Os deseamos a todos y todas un más que merecido descanso, y os damos las gracias pues sin vosotros, hubiera sido imposible poner nuestro granito de arena para ayudar a mejorar la vida de tantas personas.
Feliz verano y GRACIAS.
Inmaculada Maíllo, coordinadora de Pastoral Social de Maristas Ibérica